“La locura nos revela nuestra fragilidad. La dificultad que tenemos para aceptar la vulnerabilidad” Entrevista de Helios F. Garcés a Marcos Obregón

¿Qué hacemos con el sufrimiento en la sociedad del malestar? En ‘Contra el diagnóstico. 
Desmontando la enfermedad mental’, Marcos Obregón aborda esta cuestión central, alertando 
ante el diagnóstico como forma de atajar debates más profundos, convirtiendo el sufrimiento 
psíquico en una identidad.

 Hablo con Marcos Obregón (1973, Barcelona), con motivo de la reciente publicación de Contra el diagnóstico. Desmontando la enfermedad mental (Editorial Rosamerón, 2022). Marcos Obregón es licenciado en filología hispánica, ha trabajado como editor y durante los últimos años ha sido, entre otras muchas cosas, presidente de la asociación Sociocultural Radio Nikosia.

Contra el diagnóstico no es un libro de autoayuda, ni un manifiesto del desencanto. No hay condenas o salvaciones ante las que su autor responda buscando itinerarios simplistas. De principio a fin, se trata de un texto cuya voz es colectiva, a pesar de que su tono es el de un ser humano de carne y hueso. No permitir que el diagnóstico se convierta en una identidad, podría ser una de sus intenciones. Recobrar la dignidad que intenta arrebatar el mundo hegemónico de la psiquiatría, podría ser otro. Marcos reconoce que, en algunos momentos, el diagnóstico puede resultar en una tranquilidad momentánea, en un espejismo, pero la pregunta sobre qué es eso del sufrimiento psíquico no será resuelta. De hecho, el miedo a la llamada locura vertebra gran parte de la gestión del sufrimiento en el marco cultural en el que vivimos.


Hablas del diagnóstico en salud mental como una identidad que termina por patologizar la propia vida.

Me refiero a una vida atravesada por un diagnóstico que te señala. Una identidad enferma. ¿Cómo un diagnóstico puede convertirse en una identidad? La idea de desmontar la enfermedad mental, que es la otra parte del título del libro, no es tanto desmontar lo que ocurre, el síntoma del malestar marca que algo está pasando. No quiero negar eso. Pero el problema con la salud mental es que existe una dictadura basada en lo que debe ser un comportamiento normal. Pero ya sabes, qué es normal, y qué no es normal está dictado por una cultura particular. Y salirse de esa esfera cultural es peligroso, así que uno finge la normalidad. Eso es lo que hacemos, todos los días. La salud mental y el silencio están muy relacionadas. Todos los malestares están sancionados y los asociamos a la falta de productividad o a una verdad que nos incomoda. La locura nos está hablando del deseo sin filtro, que es explicado magníficamente por el psiquiatra Fernando Colina. Me alegro cuando un paciente comienza a mentirme, dice él, porque se da cuenta de que vivir sin ese filtro puede resultar en un gran sufrimiento. Vivimos con esa máscara constante para evitar el riesgo de ser excluidos.

¿Qué es, por ejemplo, un esquizofrénico? Un diagnóstico socialmente asociado al peligro, a la incomodidad. Pero nosotros queremos que las cosas están bien controladas. La locura te coloca en el lugar del otro. Inquieta. El diagnóstico te obliga a despejar la presunción de culpabilidad asociada a algo que se supone que te describe. Y digo que se supone porque no es así. Al mismo tiempo, el diagnóstico genera una imagen social. Por eso, no creo que haya tanto miedo a la locura en sí, sino a las consecuencias sociales de la llamada locura. ¿Qué hacemos como sociedad con la locura? La escondemos en psiquiátricos cuyo funcionamiento es en muchas ocasiones carcelario. Se dice que, por el bien de la persona diagnosticada, ocultamos su sufrimiento con pastillas. Escondemos el malestar. Repito, hay algo incómodo en la locura que nos dice qué tipo de sociedad somos. La locura nos revela nuestra fragilidad. La dificultad que tenemos para aceptar la vulnerabilidad.

Eso choca con una cultura que busca desesperadamente una idea de la perfección inmaculada. Y esa idea desemboca al final en descartar a quien sobra. El diagnóstico enmascara la realidad del miedo por medio de certezas intentando despejar la duda de qué es eso que nos pasa. Pero lo cierto es que a mi alrededor sigo viendo malestar. Mucha gente, para enfrentar ese malestar, lee autoayuda, busca un coach. El propio concepto de autoayuda rebela la perversión del individualismo feroz en el que vivimos, sometidos a mucha exigencia y con muy poco tiempo. Y no conectamos con esa fragilidad. ¿Cómo vamos a conectar con ella? Pues yo te digo, no cualquier vida es válida. Una vida sin sentido, anestesiada, no es válida. La vida tiene que valer la pena.


Si la llamada locura es un tabú cultural, ¿qué crees que da más miedo, el sufrimiento en sí, o el juicio social derivado?

Si tuviéramos una buena gestión del malestar, probablemente, el juicio no importaría demasiado. Por eso, para mí, es mucho más grave el juicio. Uno al malestar termina por habituarse. Pero hay que tener en cuenta que, querámoslo o no, somos vínculo. El libro es un grito de reconocimiento ante esa realidad. Porque lo que duele es no poder vincular ese malestar, o que quede, como si fuese una vergüenza, en el ámbito de la familia y que se convierta en algo enfermizo, en un secreto. Duele sentirse excluido y sentirse como alguien incómodo para los demás. Nadie se atreve a desnudarse porque teme quedar fuera, no formar parte, ser señalado. No obstante, en el libro he intentado no quedarme en el simple vómito personal, sino en explorar qué hay de humano y común en el sufrimiento psíquico, más allá de cómo nos hemos construido cada uno de nosotros, más allá de nuestras particularidades, sin pasar por encima de que cómo cada uno se construye también es importante.


Hay algunas ideas-fuerza que van fijándose a lo largo de la lectura de Contra el diagnóstico. Desmontando la enfermedad mental. Una de ellas es que quien se rompe lleva mucho tiempo resistiendo y luchando por encontrar las maneras de resistir. Quien se rompe es un superviviente. Nadie se rompe de repente ni en solitario. Es decir, quien se rompe es quien resiste y lo que se rompe es siempre colectivo.

Es así. Y fíjate, donde hay más reticencia a la hora de recibir el libro es en las familias. Eso es una gran contradicción. Una de las cuestiones fundamentales del texto tiene que ver con el impacto que el sufrimiento genera a tu alrededor, en los amigos, en las parejas, en las familias, en los conocidos. Eso que dices sobre la rotura es completamente cierto. Por eso hay que respetar el síntoma, que dice que te estás defendiendo con uñas y dientes, que te estás agarrando a la vida frente al derrumbe. El síntoma dice que quiero seguir vinculado con lo que está pasando. Hay algo muy profundo ahí, que debe ser cuidado, no silenciado. Cómo abordas todo esto nos da una imagen de la sociedad de la que formamos parte. Vamos a omitirlo, a taparlo. Si el suicidio, por ejemplo, es el fracaso del sistema de salud mental, ¿cómo puedes creer que, atando a una persona, quitándole toda la dignidad, hipermedicándola, vas a evitar algo? Pues en esas estamos.

¿Qué hacemos con el síntoma? Como decíamos antes, no hay reflexión, ni hay tiempo. ¿Sirve de algo atajar un malestar con someter a la persona a una pérdida total de dignidad? Con tal de que no moleste, de que no se vea el síntoma, que nos habla de nuestra humanidad, eso es lo que normalmente se hace. Pero esas señales son parte de nosotros, nos ayudan a poder canalizar muchas violencias del día a día. Yo, que me he visto obligado a parar, porque me han obligado, puedo asegurar que si hay tanto miedo a que la locura llegue, es porque esta sociedad no es la sociedad del bienestar, sino la sociedad del malestar. Una sociedad que nos atenaza con ese neoliberalismo salvaje, que constantemente nos amenaza con dejarnos fuera.


Y es precisamente en el seno de ese modelo social en el que cobra sentido la construcción de esa forma de psiquiatría, no como forma de saber colectivo, sino como forma de poder.

Efectivamente. No hay radiografías, ni hay nada que determine de forma científicamente objetiva ningún tipo de trastorno. Partamos de ahí. Así que, que un psiquiatra que no ve absolutamente nada más allá de lo que tú le puedas contar, tenga el poder de decidir sobre una vida, es terrible. Eres bipolar, te sacamos fuera, te damos una pensión. Con toda la perversión que ello conlleva. Si trabajas, te la quitamos. Que esas personas tengan tanto poder para decidir sobre algo que no ven es mucho más grave de lo que podemos imaginar. Me sabe mal decirlo, pero lo único que hace un buen psiquiatra es drogarte o encerrarte. ¿Qué tipo de medicina es esta?

Lo he dicho antes, no hay ninguna prueba que pueda demostrar que lo que dicen que existe, en términos de enfermedad mental, existe. Existe en tanto que síntomas. Te digo más, yo creo que hay médicos que están incómodos con ese poder. Imagínate decirle a alguien: vas a estar dos meses sin poder salir de un hospital. No hemos reflexionado lo suficiente sobre lo que significa un ingreso psiquiátrico. No se puede actuar a espaldas de la persona que sufre. Lo que nos recupera es la confianza. Tener fe conjunta, poder pensar que esa persona está ahí para apoyarme. La traición no ha funcionado, no funciona ni funcionará nunca. Además, será muy difícil recuperarse, ya que has comprobado en tus propias carnes que no te puedes sostener en otro, por lo que puedes acabar ahogado.


Quería preguntarte algo sobre el rol de la familia. Comentabas que las familias tienen un poco de miedo al título del libro. ¿Por qué? ¿Qué es lo que falla?

Las palabras, como decíamos, dan alivio y también exculpan. La idea del diagnóstico exculpa. Porque la culpa, que también va apareciendo de diferentes formas a lo largo de libro, responde a la idea profunda de que una rotura interior produce una sensación muy dura en el entorno. Una idea incluso intolerable. Lo que intentaba en el texto, en cambio, es expresar que no hay culpa en sentido estricto. La culpa no está en la familia, está en un modelo que va más allá de la familia. La familia, de hecho, está a menudo muy perdida. La cuestión es que cuando enfrentas una situación de sufrimiento agudo te ofrecen pocas salidas. En teoría, puedes estar con los mejores profesionales, pero lo que realmente vale es que te puedan ver más allá de ese diagnóstico. Esa idea de que una madre haya fallado, un hermano, es muy duro. Por eso es importante remarcar que, no es que hallamos fallado como familias, estamos fallando como sociedad cuando hay personas que no encuentran alternativa, ¿comprendes? Y si pretendes que, atando a esa persona, vas a evitar algo, algo muy grave está fallando. La pregunta es ¿dónde están los espacios habitables donde alguien pueda recomponerse?


Recomponer lo que se ha roto. En tu libro hay esperanza y vitalidad. Sostener y no salvar. Escuchar y no juzgar. Si lo que se rompe es colectivo, el enfrentar esa rotura debe serlo, más allá del ámbito familiar. Ahí están los vínculos, de nuevo.

Por eso no necesitamos héroes. Parece que son momentos de heroicidades. Eso es escapar de la propia responsabilidad. Te vamos a curar, te vamos a salvar. No hace falta que me salves, solo hace falta que veas a un ser humano frente a ti. Lo que nos salva, si tuviéramos que hablar de salvación, es estar ahí, juntos. Y es cierto que ese trabajo lo ha hecho fundamentalmente la familia, pero eso no es justo, porque dejas de existir, te conviertes en una extensión de los miedos de tu familia, de sus historias, y nada más. Eso no es sano. En muchos casos, en la mayoría de hecho, las familias están solas. Lo que necesitamos es menos épica y más inclinarse hacia el otro a través de los gestos. Qué es lo que pasa, por ejemplo, cuando llegas al hospital y te das cuenta de que el psiquiatra no te está viendo. No quiero que me salves, quiero que me des la mano, y que mi malestar sea abrazado, no escondido, no dormido ni rechazado. Creo que cualquier persona puede conectarse con eso perfectamente. Porque el mero hecho de existir y saberse finito produce angustia.

La locura nos habla de eso que se escapa de nuestro control, de eso que no acabamos de comprender. Y la forma en la que, como sociedad, la enfrentamos nos habla de nosotros, de quienes somos, y de un mundo que lamentablemente no acepta la diferencia. ¿Qué tipo de mundo estamos construyendo, especialmente aquí, en Occidente? Tenemos que seguir preguntándonos sobre ello. Porque creo que, sin aceptar idea de la complejidad, que es mucho más resbaladiza, aparecen los juicios sumarios. Y la verdad es que, en el fondo, no podemos explicarnos a nosotros mismos tan fácilmente. Hay que dejarnos llevar por la curiosidad. Eso también pasa por dejar de patologizar todo lo que se hace. Con o sin diagnóstico. Habitualmente, cuando te diagnostican, todo lo que haces ya es por terapia. Todo. Eso te roba el gozo, el deseo y la propia vida.


Para terminar, también insinúas que lo contrario a esconder el sufrimiento es todo menos morbosidad.

Eso es muy importante. Para mí, lo vital es cómo coser esa cicatriz que dejó la herida y asegurarse de que quede visible, porque me recuerda el camino que he hecho y lo que soy. No esconder, no avergonzarse. Porque eso es lo que me ha llevado a la soledad. Si tienes claro que eres frágil, que eres vulnerable, y que cuando estás sólo eres más débil, no olvidas que puedes volver a caerte. Y eso no es hurgar con morbo en el sufrimiento, sino abordarlo con dignidad. No sólo me refiero a la salud mental. Es algo que nos interpela a todos. Al final de todos los cambios está la muerte.


Muchas gracias, Marcos.

A ti.

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